Por José Augusto Chavarro Macareno
El Boletín del Marginado: donde se narran los episodios del Parque de la Independencia, de la comarca turminense o de cualquier parte del país. Protagonizado por Armando Cimientos de Paredes Mojadas «ACPM».
Enclaustrado al pie del monte llanero, acababa de pasar sinnúmero de aserradores exterminando variedad de árboles selectivos, excepto palmas aún en pie, fructificando como la variedad de unamo provista de racimos, cuyas pepas al echar en caldero y combinándolas con agua, se ponían en el fogón prendido, principiando a soltar sustancia de color vino tinto, de sabor proporcional a elixir de los dioses.
Sendas por donde sacaban las mulas variedad de árboles maderables: cedros, robles y olorosos, al despedir perfume cuando salían las virutas del tablero o serrucho que las cortaba con fuerza manual; con el tiempo al desaparecer vestigio de la selva, fue remplazada por rastrojo enmarañado, restringiendo el paso cuando iba montado en la yegua mora, ésta bajaba la cabeza y erguía a continuación el cuello, levantando bejucos y demás impedimentos de la nueva vegetación, dando como resultado de balancearme como jinete adelante y atrás, ya en situación de muñeco de trapo o espantapájaros en arrocera.
Más adelante en la vera del camino se ampliaba, pues surgía de sustitución de monte pasto gordura, dando apenas a la cintura o barriga de la bestia; enseguida se desplegaban arbustos de cubarro con cierta similitud del tallo a puercoespín, al no sobrepasar los dos metros de altura, sirviendo de referencia el nombre alusivo del pueblo: Cubarral. Estaba a punto de superar obstáculo al arribar a la carretera, dando plena libertad a cabalgadura con fino trote. Se trasegaba entre estaciones, superando en el tiempo la invernal, contrastando con verano corto pero fatigante por el calor; la última noche la había pasado tormentosamente con fiebres y fríos, estando todavía inmerso en delirio tropical.
Me disponía arribar al villorrio, teniendo de meta algún suceso inesperado, para compensar soledad en el tambo, propugnando con embeleco, cristalizar estampa femenina, apareciendo de sustituta a modelo del almanaque dentro de la habitación, sosteniendo conversaciones fuera de lugar; presentía en medio de la obsesión, desprenderse la imagen del papel desplazándose hacia el espejo para maquillarse y desarrugar traje de diva, siendo innecesario utilizar perfumes o cosméticos, al trascender los de árboles frutales de pomarrosos, guanábanas y mangos; pretendía romper el encanto nocturno al levantarme al amanecer y conducir hacia Cubarral sobre yegua envejecida, a punto de ser remplazada por hija de mejores bríos, para galopar en espacios abiertos expandidos en el desierto con gruesa capa de arena, simulando estepa de nieve, siendo ilusión óptica.
Al arribar posteriormente a la odisea antedicha, avizoré el poblado y en la primera cuadra a rematar en la esquina, como un monumento inconcebible, se hallaba jovencita a la entrada de la tienda de don José Acosta, facilitando saludo protocolario y conversación breve, y a propósito, punto de interrogación: cuál era el motivo de hallarse en tal lugar, pues se apreciaba con el acento de provenir de Miranda, desde luego no de Venezuela, sino del departamento de Nariño, cuya estirpe llevaba consigo ternura sin igual; se suscitaron algunos minutos de conversación, pero hubo acuerdo tácito para volver a verla.
Regresando nuevamente al tambo, temía mirar de frente a la modelo del almanaque, al sostener conversación dentro de la alcoba, distinto respecto a los planes con la muchachita conocida recientemente, eso sí, la enteré sobre futuro viaje a la capital del país, exactamente en las vacaciones lectivas a mitad de año, despertándome en el día indicado a la madrugada, meses después del encuentro con la preciosa pastusa, avisando telepáticamente y con voz melodiosa para desplazar por la trocha hasta la carretera y esperar el bus; prosiguiendo entre las aguas lluvias acantonadas, al no succionar todavía la arena movediza, teniendo escasos espacios para poner los pies en sitio seguro, excepto al lado y lado de la senda dejada por buldócer en aquel entonces, ante apogeo de los aserríos; al llegar al punto de espera del bus intermunicipal, vi venir y puse la mano para que se detuviera, transportando hacia la ciudad capital; las vías se entrecruzaban en el llano para llegar a distintos pueblos, siendo excepción ruta de la cordillera hacia la capital del país, bajando o subiendo vehículos como montaña rusa a Bugotá.
Finalmente se llegaba a la terminal de buses; basta aclarar sobre mi orientación de llanero solitario del hallazgo de la dirección para cumplir cita previa con la maestra de escuela; guiado por poderes extrasensoriales, escogí el servicio público adecuado y en dirección al norte de la capital sentía por los pálpitos del corazón, la proximidad del paradero en chapinero, llevado de la mano de ser invisible hacia el templo de Lourdes, rodeado por parque, funcionando allí sinnúmero de saltimbanquis, cómicos de la legua y hasta teatrillo de marionetas. Tal espectáculo venía a constituirse en antesala con los padrinos y familiares congregados e invitados por la colonia nariñense y testigos inesperados de la inminente boda con la sin par doncella.
Desafortunadamente las puertas del templo de Lourdes estaban cerradas y al aparecer inusitadamente la criatura vestida de negro en pos inaudito de ir a funeral, siguió de largo de la avenida séptima a la trece e imprevistamente se desmayó frente a teatro de cine continuo y dado el percance la recogí en los brazos, teniendo la ocurrencia de pagar boleta supuestamente para asistir a función; ella todavía no despertaba al entrar a la sala y sentar en la banca; aún continuaba cargando con peso tan liviano, pese a los quejidos y lamentos de los actores subsumidos en películas pornográficas, incitando a los espectadores a masturbarse; inusitadamente despertó a la muñeca de carne y hueso el maldito pulguerío, dueño y señor del espacio.
A continuación y estando ya en la calle, se regresó nuevamente al templo de Lourdes de sur a norte; la novel pedagoga previamente se agenció de sitio habitacional, quizás cedido por alguna colega ausente temporalmente en edificio de apartamentos de propiedad horizontal, excepto el lecho en donde se introdujo en medio de garaje de automóviles, dando la sensación de bofetada por parte del arquitecto que planeó la obra.
El frío del altiplano bajaba casi a cero grados de temperatura, costando trabajo desvestirse, lo cual pintaba estado comatoso y desesperanzador, dando lugar a iniciativa de disputarle cobijas, quedando la niña de los ojos negros y piel canela en plena desnudez. Dio a entender me preparara y tuviera en remplazo de supuesto placer sensual, conocimiento de experiencia traumática en ejercicio de la profesión: estuvo estudiando en la Normal de señoritas con título de maestra y el consiguiente nombramiento en pueblo rural de Nariño; pintaba sumamente halagüeña la relación con los alumnos en el aula tanto en la alfabetización, aprendiendo a contar con el ábaco, cantar y pintar. Al tablero pasaban los alumnos, determinando destino cumplir con la enseñanza pedagógica y recreativa.
Este no fue el desenlace esperado, pues cierta noche al encontrase descansando en el dormitorio, escuchó pasos de bestia en patio del recreo y los ruidos provenientes de jinete al apearse del equino, y pormenorizadamente estuvo quitándose los zamarros de cuero; enseguida hubo estrépito al abrirse la puerta de la alcoba de patada fulminante; la vela todavía estaba prendida, alcanzándose a ver individuo apuntándole con revólver, tratando de atemorizarla con gesto homicida. Llevaba las de ganar al aspirar a la entrega obedientemente para satisfacer instintos carnales, aún sin pensarlo, la ofendida se opuso y hubo forcejeo, disparándose el arma y cayendo agonizante el potencial ofensor.