Por: Anderson Vargas Lemus
Colombia es una novela negra que no termina de escribirse. Raymond Chandler, maestro del género, se sentiría desconcertado e inspirado por su incesante historia, que da para todo y para todos. Diferente a las historias más monótonas de otras geografías más aburridas. Pues la nuestra, está plagada por todos los ingredientes del género: corrupción, una atmósfera gris dónde se despistan hasta los murciélagos, rufianes, y políticos más rufianes, y bandidos, impunidad, y etcétera.
En Colombia, contrariamente a lo escrito en su constitución, todo se vale, desde que los policías sean los mayores agentes de abuso contra civiles, con un promedio de 18 CIVILES MUERTOS POR MES ENTRE 2017 Y 2019 según la organización temblores, que soldados estadounidenses se pavoneen por las selvas del país como paseando por Nueva York, hasta que el ministro defensa se niegue a pedirle perdón a la madre de un fallecido. Ni a las malas pide perdón, así la corte lo inste y el Tribunal de Bogotá lo insista. Ni perdón ni permiso: pues presentó un documento chimbo, firmas falsas y permisos adulterados, para ratificarlos, que tiene más o menos la misma credibilidad que la teoría de la tierra plana.
En las novelas de Chandler, La mayoría de los personajes van muriendo y el criminal sobreviviendo, como aquí. Aunque, a diferencia de sus producciones, en nuestro país no queda claro ni quiénes son los culpables: los unos, los otros, disidentes, paramilitares, guerrilleros, caparros, Eln, Estado, ¡quién!, como tampoco las víctimas: gays, Indígenas, universitarios, líderes, no líderes, campesinos, o simples incautos que se le atravesaron en el camino de las balas, como sugirió un político con vocación de detective. La indecisión e incertidumbre rodean los casos, al mejor estilo de la ficción policiaca. Ariel Ávila, escritor mitad investigador y mitad periodista, no se dedica a la ficción, pero casi: describe a Colombia como para no creerle. Según su último libro ¿por qué los matan? Los caídos son bastante variados y frecuentemente con motivos políticos o territoriales por medio, pues “reclamar tierra o buscar la verdad es llevar una marca de tiro al blanco en la frente”.
Pero, de la misma manera que en las novelas del checo Franz Kafka los personajes ignoran el enorme mecanismo que los oprime, los aplasta, en Colombia seguimos sin conocer el fusil que nos mata. En la obra el proceso, Joseph k. es un hombre, un insignificante mortificado en los laberintos de la burocracia, que de a pocos, apenas notándolo, va cayendo en el abismo penitenciario. Desconoce el juez que lo condena, el testigo que lo señala y el delito que lo incrimina, y sin embargo es presa de todos hasta caer en el foso de la desesperación. Aquí no se concluye en el foso si no es la fosa. Sin saber quién ha ordenado las 67 masacres contabilizadas este año o los más de 60 líderes ambientalistas también despachados.
Se ignora el juez que firmó la sentencia, pero sí se sabe que testigos no hay: quedó ninguno. Los que viven prefieren el silencio, el kafkiano silencio, que asegura la desesperación pero también la vida. En cuanto a los delitos, algunos se conocen y fueron enumerados. Variados y múltiples: delito ser indígena, como en la obra de Carlos Fuentes, donde perecen a centenares durante la Revolución Mexicana en la muerte de Artemio Cruz. Porque, paradójicamente, el indio siempre ha sido un buen blanco. Y así lo entienden los misteriosos grupos en el país que los diezman, bajo la alucinada mirada del ministro, perdido de su país como Alicia lo estuvo del suyo.
En la historia de Lewis Carroll, escritor, matemático, cura y vicioso del opio, Alicia se sumerge más allá de un ropero para contemplar y vivir el país al revés. Pues bien, a Holmes le bastó con posesionarse de ministro para poner el suyo patas arriba, y hacer de la tinta roja que exudaban las cartas de la baraja, auténtica roja sangre de los descartables del mundo real. Alicia juega ajedrez, el ministro también, aunque nadie conoce sus movimientos.
Maestro de la intriga y del ajedrez político, como lo fue del ajedrez ficticio el enigmático Señor B., protagonista de la corta una novela de ajedrez, compuesta por el austríaco Stefan Zweig. Inferior a las 100 páginas, se constituyó en referente de la prosa concisa y directa del siglo anterior, cuando el autor a través de sus páginas denunció la persecución asfixiante y homicida de los nazis. Porque en una dictadura la oposición muere como…. Atemorizado, es real, el novelesco autor huyó a Brasil, donde sintió el aliento de la muerte respirándole en la nuca, y, convencido de la inminente Victoria nazi, no quiso darles el gustico y decidió anticipárseles tomando junto a su esposa respectivos vasos de veneno. Los encontraron sobre la cama, bien dormidos y bien abrazados.
En la novela, Zweig describió las penurias de un reo constreñido a un cuartico donde nada había salvo pan y agua. Con ambos, por matar el tiempo porque con el tiempo lo iban a matar a él, diseño las 32 figuritas del ajedrez con las que imaginarias partida jugaba: él contra él. Hasta que salió de prisión y compareció en un barco ante un gran maestro adversario, empató y no quiso revancha. Aquí, Holmes compareció el día 13 de octubre contra los representantes a la cámara, adversarios. Sin embargo, contrario al deslumbrante protagonista de la novela, nadie se sorprendió con su victoria, porque la partida estaba arreglada antes de que iniciará. 136 contra 24 votos.
Un capítulo más tuvo esta novela. En la que el protagonista, que es antagonista a la vez, sentado en el estrado ni se inmutó. Con la impasibilidad de Mersault, el personaje que en la obra el extranjero de Albert Camus no lloró frente al ataúd de la mamá muerta, llegó al congreso a escuchar el debate de moción de censura en su contra; que en realidad estaba a su favor. La moción ni su emoción censuró, con la jugadita de su amigo y cómplice y compinche senador Ernesto Macías, que anuló de una leguleyada toda la cesión. Casi que los demandantes salieron regañados, en un surrealista y mágico giro digno de las historias de García Márquez. En una de estas, llamada un señor muy viejo con unas alas enormes (que entre otras cosas inspiró la famosa canción de R. E. M., losing my religión), cuenta el día en que, en un pueblo remoto, tremendo diluvio de tres días se arrastró del cielo un ángel malherido que cayó en manos de los asombrados aldeanos… pues bien, a Holmes le llovieron del cielo democrático, y conservador y de la U, 58 angelitos enmermelados que tumbaron la moción sin que ni siquiera principiara; específicamente 58 serafines, que “Son los que están al lado del trono de Dios”, y además son los bachilleres como Macías entre los ángeles.
Ignoro si el ministro conoce alguno de los textos citados, o las obras de Conan Doyle, que tanto prestigio le proveyeron al apellido Holmes, Sherlock Holmes. Sin duda el sabueso británico tuvo mejor tacto que el rottweiler colombiano. Pero, de lo que sí estoy seguro, es que es adepto a José Saramago y a su texto ensayo sobre la ceguera, donde, a partir de un contagiado, una ciudad entera cae presa de la peste de ceguera. Si no, ¿cómo explica tanta invidencia?
Pdta: Duque con los indígenas sufre de mudez, pero desconozco de qué peste se trate. ¿Se tratará de El Silencio de los Inocentes (Thomas Harris)?
Se descubren día a día más pruebas incriminatorias contra el exembajador Sanclemente y su hacienda cocalera, ¿El Padrino (Mario Puzo)?