Por: Jhon Jairo Quevedo Amaya
Otro año ha pasado y nos corresponde por itinerario volver a hablar de ambientalismo, pues a alguien se le ocurrió proclamar el 5 de junio como el Día mundial del medio ambiente; pero no deben preocuparse hay muchos otros días a lo largo del año como Día Mundial de los Humedales, El Día Mundial sin pitillos plásticos, El día del Agua, de la tierra, entre otros que han servido para mucho y para nada.
Son muy diversas las perspectivas con las que hoy se aborda el ámbito medioambiental. Para unos un caballito electoral para atraer incautos que se tragaron el discurso trasnochado de un caudillo que recordará sus compromisos políticos hasta cuando le hagan participe de las jugosas ganancias de una concesión minera, o de explotación forestal. También hay quienes consideran que basta con megustear cuanta publicación en redes sociales se encuentra sobre conspiraciones y curas milagrosas carentes de sustento, que impiden que las discusiones se puedan dar sobre el sustento de las evidencias verificables.
Es común también encontrarse con quien cree haber hecho lo suficiente por el planeta por su dieta vegetariana, sus 30 kilómetros de bicicleta diarios y haber adoptado un perro. Existe también la creencia de que hacer una matera con botellas PET o participar de un desfile de modas medioambiental con trajes hechos con empaques de papas fritas o con tapitas de botellas será el vehículo que pondrá en reversa el contador del grave daño que le causamos a la tierra.
Causa curiosidad ver un pseudoambientalismo disfrazado de hipismo posser que, para justificar una drogadicción, a la postre resulta financiando a grupos mafiosos que, con tal de mantener su negocio y la adicción de su clientela, arrasan territorios indígenas ancestrales, acaban las fuentes de agua y selvas.
Es claro que la mayoría de las anteriores son expresiones de la misma preocupación pero que lamentablemente no es suficiente. No es equiparable el reciclaje con una cultura de no producir basuras claramente innecesarias, es un montaje que nos hace sentir bien, pero nos aleja cada vez más de las soluciones reales, muchos no lo saben pero la mayoría del material que se arroja en recipientes para reciclaje realmente nunca se reutiliza, la mayoría es llevado al relleno sanitario o exportado a china para ser incinerado, Hay más de 80.000 resinas plásticas y un porcentaje muy pequeño de ellas permite su recuperación para producir objetos similares.
Al final nos convertimos en cómplices de un negocio gris, anodino y falaz que pretende que tengamos la conciencia tranquila, pero sigamos enganchados al consumo de mercancías de usar y tirar a costa del medioambiente y la salud de todos.
Hoy por hoy con nuestros impuestos financiamos una industria que produce la contaminación y no se responsabiliza de este daño. Uno de cada cuatro plásticos que se arrojan al basurero se convertirá en textiles o productos, que por haber regresado al ciclo de producción requieren de incinerar combustibles fósiles para su transformación, transporte, distribución, mercadeo, etc. Es apenas un pomposo baile de máscaras que pretende maximizar nuestro entusiasmo al creer que hacemos parte de la solución.
Es hora de empezar a tomar decisiones informadas sobre un tema en el que está de por medio la supervivencia, pues actualmente nos ahogamos en nuestros residuos. Nadie habla de la responsabilidad de los productores con sus insostenibles decisiones de embalaje, diseño y envase de mercancías, Nadie habla de la hipocresía de usar el dinero del reciclaje de tapitas plásticas de gaseosa para costear el tratamiento para un cáncer en niños que probablemente fue producido por la cantidad de azúcar en las bebidas.
Por todo lo anterior se hace necesario la promoción de una cultura ambiental basada en una actitud consiente del impacto que causamos a nuestro entorno, que no es posible de eliminar, pero sí de mitigar, que la educación nos proporcionará los argumentos y la acción política nos permitirá la organización social, para acceder a los escenarios de decisión, no a través de caudillos sino como fuerza social que defina las características de la ciudadanía del futuro, una que no se deje imbuir por el poder enajenador de los medios de comunicación, una que no crea que todo está perdido y actué.