Se habla mucho del regreso de la ciencia a raíz de la pandemia. La verdad es que nunca se ha ido. Lo que sí podría cambiar es la forma en que nos relacionamos con ella.
Por: Carlos Lozano.
El COVID 19 cambiará al mundo. La manera cómo lo hará, es algo que en su momento dirán los historiadores. Mientras tanto, muchos analistas predicen con entusiasmo que, si algo positivo tendrá este evento, es que la ciencia será “traída de vuelta” al lugar protagónico que nunca debió perder. Para ellos, es posible tener políticas públicas basadas exclusivamente “en evidencia”, como si se tratara de una fórmula matemática. Es una nueva forma de nombrar la tecnocracia.
El lugar de la ciencia en el progreso humano es innegable. Gracias a ella, el bienestar y la expectativa de vida se han expandido a niveles sin precedentes en la historia. También ha sido clave para ilustrar la debacle a la que nos expone la crisis ambiental y otros efectos del desarrollo. Sin embargo, creer que por esto se puede prescindir de la ética y de la política, es ingenuo y peligroso.
La ciencia proporciona evidencia que no debe ser ignorada, pero las decisiones de los gobiernos siempre son políticas y en últimas están inspiradas en ciertos valores.
Por lo anterior, las mejores políticas son aquellas que además de tomarse en serio la ciencia, están guiadas por los valores correctos (democráticos), normalmente recogidos en las constituciones, y respecto de los cuales hay deliberación. De ahí la importancia del control político, la separación de poderes y la libertad de expresión. El autoritarismo es tentador en tiempos de crisis, pero es inaceptable, por más que pueda estar basado, como a veces está, en minería de datos, aplicaciones y modelos matemáticos (que sin duda se necesitan).
La misma ciencia puede servir de base para múltiples opciones morales. Con iguales proyecciones de fallecimientos por una pandemia, un gobierno puede dar prioridad a la prevención de muertes, o en su lugar otorgar mayor importancia a no deprimir el crecimiento económico. Los datos son idénticos, pero las consecuencias no pueden ser más diferentes. Son decisiones por las que tendrá que responder en las urnas y eventualmente en los tribunales. Proteger la salud pública es ante todo una opción normativa (aunque para lograrlo, sin duda, se debe acatar el consejo de los expertos).
Los nazis, por ejemplo, usaban sistemáticamente la ciencia y contaban con técnicos de la más alta calidad en muchas disciplinas, como quedó demostrado con la capacidad económica y militar que desplegaron antes y durante la segunda guerra mundial. Tanto así que una vez terminada, algunas potencias resolvieron reclutarlos mediante operaciones secretas para mejorar sus tecnologías nacionales. Los mismos científicos (¿la misma ciencia?) al servicio de ideas políticas muy diferentes.
No es descabellado afirmar que la Alemania nazi fue una sociedad altamente tecnificada, que gracias a ello pudo materializar un espantoso sistema de valores que horrorizó por su crueldad al mundo entero. Allí no hubo falta de ciencia, sino un déficit moral, y un profundo desprecio por la dignidad humana al que nunca más se debe permitir renacer.
Los presidentes que al día de hoy desestiman el poder destructivo de una pandemia no son ignorantes o incapaces de entender la ciencia. Por el contrario, estoy convencido de que la mayoría de ellos comprende perfectamente las proyecciones que llegan a sus escritorios, y las consecuencias de sus decisiones (sin duda alineadas con sus ideas e intereses).
Me cuesta coincidir con quiénes creen que una pandemia tiene cosas buenas. En todo caso, el llamado regreso de la técnica no es una de ellas, sencillamente porque siempre ha estado ahí dando soporte, todos los días, a decisiones políticas que de otra manera no tendrían los medios para ser implementadas.
Lo que impide ver con claridad el lugar de la ciencia, es la ingenuidad de quiénes creen que los cataclismos de la historia obedecen a que los gobernantes más influyentes tienen la inteligencia que requiere hacerse al poder, pero no la que se necesita para entender los datos de un reporte científico, o para contratar asesores que se los expliquen.
Quienes piensan así, harían bien en estudiar la ciencia política.