Por Julio Cesar Carrion Castro
Es importante entender que los judíos constituyen un pueblo, unas tradiciones, una cultura en la que el componente religioso tiene un enorme peso específico, mientras que el sionismo es un agresivo credo político militante que se propuso, desde finales del siglo XIX, erigir a toda costa una nación para el disperso pueblo judío. Su principal objetivo sería promover migraciones hacia Palestina para llegar a crear el Estado de Israel.
Los activistas del sionismo trabajaron por la conformación de esa patria para los judíos en el territorio de Palestina. Theodor Herzl y otros radicales nacionalistas judíos, tratando de alcanzar sus objetivos, no sólo buscaron el apoyo económico y financiero internacional, sino el respaldo de las potencias imperialistas, (incluso dentro de la propia estructura del Tercer Reich Alemán -con el que arteramente colaboraron los dirigentes sionistas buscando que con la persecución al pueblo judío-alemán se acrecentara el proceso migratorio hacia la Palestina-, colaboraron también con el fascismo italiano).
Llegaron a promover una serie de acciones y atentados terroristas, que finalmente rindieron los frutos esperados: Hace 75 años, el 15 de mayo de 1948 con el retiro de las tropas británicas de Palestina los judíos declararon la creación del Estado de Israel, contando no sólo con el apoyo de los países imperialistas, sino, también con la amañada anuencia de las recién creadas Naciones Unidas.
El conflicto palestino-Israelí (que no es un conflicto sino un acto de agresión colonialista e imperialista por parte del Estado sionista contra Palestina) opera como un pretexto, como una “tapadera” tras la que se esconde hoy el interés de “una minoría que pretende ser la humanidad”. Asumen los sionistas que finalmente se realiza la profecía, que el determinismo histórico del “pueblo elegido” se está realizando cabalmente.
Los sentimientos y comportamientos de odio, de racismo y de solución militar a los conflictos, arraigados en la sociedad israelí no es sólo por la tradición religiosa, sino que están siendo propiciados y manipulados, sistemáticamente, por los grupos hegemónicos que asumen, aun hoy, la validez de unas supuestas “sagradas escrituras” que establecieron que la tierra de Israel fue entregada por Yahvé a Abraham, Isaac y Jacob, y que ellos, los descendientes del mitológico Jacob, son el pueblo escogido y por ello tiene un trascendental derecho sobre estos territorios.
Se trata de la movilización de individuos sujetados a una administración total, que explota, controla, orienta, disciplina y regula todas las actividades y procesos de la vida. Se trata, en definitiva, de la más clara expresión de lo que tan apropiadamente llamó Michael Foucault el biopoder.
Cuando el sionismo, como clara expresión de ese biopoder, terminó abarcándolo todo, no sólo en Israel sino en la diáspora, es decir, entre todos los judíos dispersos por el mundo entero, es lícito afirmar que “no hay judíos inocentes”.
Podríamos decir que peor que los obedientes soldados encargados de la perpetración directa de los hostigamientos, las torturas y las masacres, son los judíos que respaldan, desde sus aparentes candorosas vidas cotidianas, las acciones genocidas de su gobierno; igual responsabilidad les cabe a quienes simulan indiferencia, desinterés, apatía o neutralidad, frente al despropósito, la vesania y el terror que le impone Israel al pueblo palestino; se trata de unos pragmáticos cínicos y acomodados que, al carecer de crítica al Estado criminal, se constituyen en cómplices pasivos de este enorme genocidio…
Hoy, además, el sionismo internacional, astutamente, emplea palabras aparentemente sacralizadas como “holocausto” o “antisemitismo”, como comodines útiles para justificar la perpetración del genocidio palestino y los más despiadados crímenes porque creen tener ese derecho por una especie de revancha histórica.
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Cronicón