Por Andrés Felipe Giraldo L.
El “centro” está huérfano de candidato. Si bien se han unido algunos precandidatos en la “coalición de la esperanza”, la verdad es que ninguno de los que allí desfilan tienen una oportunidad real de llegar a una eventual segunda vuelta. Las estrategias de seducción de esta confederación de hombres privilegiados y con poder, todos salidos de cargos públicos y de candidaturas fallidas (que ahora quieren presentarse como independientes), son cada vez más deprimentes. Han optado por los “meaculpa” (que no llevan a ninguna parte porque jamás renunciarían a sus privilegios ni a sus candidaturas), por nuevas y reforzadas versiones de Moby-Dick escritas por Fajardo con redoblantes humorísticos, y los típicos discursos repetidos que no salen de conceptos forzados y vacíos en la actual coyuntura como “extremos” y “polarización” que, en medio del caos social y la represión estatal, ya pocos quieren escuchar.
Así pues, el extremo “centro” se ha convertido en un manojo de lugarcomunes de frases y estrategias que no cautivan. Sin embargo, Fajardo se sigue perfilando como el candidato más seguro de esa coalición, mientras los demás precandidatos parecen simples figuras de relleno para una postulación que parece casi segura. Si bien el Partido Verde tiene sus propios precandidatos, a sus representantes más emblemáticas se les ve cada vez más lejos de los suyos y más cerca de Fajardo, relegando así a un tipo como Camilo Romero, que tendría buenas posibilidades de robarle el dulce la candidatura al presidente-profesor en una contienda equilibrada. Pero a Romero se le ve lejos de su Partido, luchando contra la corriente, buscando su propio nicho entre lo que quede de la izquierda indecisa y los abstencionistas, mientras las jefes del Partido Verde siguen absortas en los encantadores crespos de Fajardo. Y ni hablar de Ángela María Robledo, que salió de las huestes de la Colombia Humana para perderse en el limbo de una candidatura que hasta ahora ni asoma, mientras ella se diluye entre una corriente feminista sin oriente que con el tiempo no toma forma de movimiento ni partido.
Dada esta situación, la figura política del actual rector de Los Andes y exministro de salud, Alejandro Gaviria, surge como una posibilidad tangible de “el centro” para aspirar a la Presidencia. Si bien el propio Gaviria ha dicho varias veces no tener intenciones de aspirar a la presidencia en esta oportunidad, el rumor de su candidatura toma cada vez más fuerza. El Partido Liberal ha hecho todo lo posible por inscribir su nombre en su corta baraja de presidenciables, y la coalición de la esperanza le hace cantos de sirena para que se una a las presentaciones nacionales de sus quíntuples en donde, sin duda, relegaría a Fajardo a un segundo puesto, algo que el encantador Sergio seguramente no aceptaría de buena gana.
Pero más allá del sector político que acogiera a Gaviria, la verdad es que su nombre ilusiona a muchos “centristas” que no se ven identificados con ninguna de las opciones disponibles (y que creen que Camilo Romero es muy de izquierda para su gusto). Gaviria se muestra más que como un político, como un filósofo. Sus discursos están orientados no hacia la minucia del día a día y las banalidades, sino hacia asuntos trascendentes, la conciliación de los propósitos de la vida con el bien común, la bondad de las acciones, la armonía, el diálogo del humano con sus demonios y, por supuesto, refuerza de manera etérea pero brillante desde la retórica la visión que insiste, como no, en el daño que hacen “la polarización” y “los extremos”. No en vano ha tomado el texto de Aldous Huxley “Un mundo feliz” casi que como un evangelio, del que ya escribió de su propio puño y letra el nuevo testamento.
El discurso de Alejandro Gaviria es cautivador porque es sincero. Yo he tenido el privilegio de tomarme un café con él y reconozco sus buenas intenciones que son genuinas. Su diálogo es amable y reflexivo, pero no es extraño que de vez en cuando se le salte el taco y ataque a sus contradictores. Todo personaje zen tiene sus momentos de debilidad e ira, y Gaviria los tiene. Sin embargo, para mí sería el candidato ideal de un “centro” desgastado y anacrónico, que en este momento solo tiene chance con un Fajardo melifluo y desconectado de la realidad, que desde que perdió las elecciones en la primera vuelta de 2018 se ha empeñado en volver más como un asunto de honor que con un proyecto de gobierno. Los cuadros sinópticos y diagramas para niños de primaria que hace Fajardo, infantilizando a la sociedad entera, no tendrían oportunidad frente al discurso elaborado de Gaviria que apela a causas profundas de la existencia del ser humano.
Si bien, como se lo manifesté al propio Gaviria en algún momento, su misión en este momento histórico debería estar afianzándose en la academia creando conciencia entre las élites que se forman en Los Andes para que tengan un mayor sentido social, comprendo la encrucijada que puede tener en este momento histórico para aspirar a la Presidencia. No hay que ser muy suspicaz para leer la coyuntura y entender que ese espectro amplio pero inconsistente que se autodenomina “centro” necesita un candidato de peso para aspirar al primer cargo del país y que sin duda Alejandro Gaviria podría llenar ese vacío ante las opciones disponibles. Esto obligaría a Gaviria, quien saltó de la academia al Ministerio de Salud, a aterrizar su discurso en asuntos más concretos, en planes y proyectos estructurados y viables, y a exponer sus ideas sobre la trascendencia del ser humano en cosas plausibles. Al menos yo tengo curiosidad sobre cómo todo ese discurso que ha venido posicionando desde el peligro que implican “los extremos” y “la polarización” se puede convertir en un plan de gobierno que ponga en diálogo las diversas cosmovisiones sobre Colombia que son mayoritariamente opuestas y antagónicas.
Creo que Alejandro Gaviria es un tipo sumamente inteligente. Creo, como se lo dije, que debería afianzar una rectoría que apenas empieza antes de lanzarse a la Presidencia, pero si fuera su decisión, lo prefiero como candidato de “centro” que a Fajardo. Considero que elevaría el nivel del debate porque no tendría que estar haciendo videos sobre ballenas ni cuadros sinópticos y diagramas para bobos, sino explicando cómo los insumos que ha encontrado en Un mundo feliz se pueden materializar en un país como Colombia, pero no en los discursos dirigidos a sus graduandos de Los Andes, sino a los muchachos de la primera línea que llevan más de un mes dándolo todo en las calles por un país un poquito mejor, así no lleguen jamás a saber lo que es un mundo feliz. Creo que es el momento de que explique por qué le parece que la ley 100 de 1993 ha sido conveniente para el sistema de salud en Colombia en un debate abierto y público, y creo que tiene todo el derecho y legitimidad para aspirar a la Presidencia de Colombia.
En lo personal, yo no le daría mi voto a Alejandro Gaviria ni a ningún candidato de “centro”. Mientras “el centro” siga insistiendo en la teoría de “la polarización” y “los extremos” (que es ineludible para poderse identificar como tal), le están haciendo un daño inconmensurable a la resistencia de un pueblo al que el establecimiento a través del Estado ha oprimido sistemáticamente durante siglos, sin que se les permita fortalecer una identidad de clase que vele efectivamente por sus derechos sin que se les tache como incapaces o delincuentes. Sin embargo, estoy dispuesto a escuchar las propuestas de Gaviria para saber cómo pretende materializar todo su discurso, en mi opinión un tanto etéreo, en propuestas concretas. Creo que esto refrescaría y dinamizaría el debate público porque, insisto, Alejandro Gaviria es un tipo inteligente y bien intencionado.
Veremos pues qué decisión toma. Su encrucijada del alma no es menor, mantenerse en la rectoría de una de las universidades más caras y prestigiosas del país para infundir sus principios en las élites que seguramente van a dirigir a Colombia en las próximas décadas o pasar de la teoría a la práctica en una campaña presidencial. No es fácil tomar esa decisión. Ya veremos.
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