Por: Ana Carolina Ruiz y Alejandro Martínez
Mi nombre es: Susana Montaña, soy una niña campesina de la región Norte del departamento del Tolima. Soy de origen humilde, mis padres trabajadores del área rural. Ellos han velado por mi cuidado y con ello, me han enseñado lo maravilloso que es vivir en el campo. A mi escasa edad, solo tengo 11 años, mido un metro con cincuenta centímetros, soy delgada y mis trenzas llegan a mi espalda. Mi vestido negro y de mangas cortas, con estampadas flores amarillas, son casi el néctar para las mariposas. En mi finca, (en lo alto de la montaña) donde las nubes gobiernan el cielo y el río Recio golpea con fuerza las piedras, arrastrando troncos, es muy fuerte el río porque nace en el Cumanday (el nevado) y lleva la fuerza de un joven toro. Todo es bienestar en la región. Mi padre me dio una vaca que se llama Estrella, y la ordeñamos todas las mañanas. Los vecinos de estas laderas son gente trabajadora, en sus caras se ven los días al sol. Yo veo en el río peces y todo es tan bonito.
Los pececitos de colores, nadan libremente, haciendo olas en el agua. Las aves abundan, y en la fonda del rio, hay una gallera. Nunca me han gustado las peleas de gallos, pero les cuento que esos animales no tienen miedo. Mi abuelo dice que quien tiene miedo, muere. Pero pica gallo, pica. Entre picotazos y cervezas esos campesinos, esa masa de trabajadores del campo, a los cuales mi familia y yo pertenecemos, se pasan las horas de descanso. Siempre hay tiempos del café. Esa bebida amarga, y deliciosa que conquistó el mundo a tintos.
Recuerdo que mi abuelo se va desde la finca con la Chiva llena de café para venderle al Comité de Cafeteros. En el pueblo se respira aroma de café. El bienestar que generó la bonanza cafetera en Colombia, como dicen los libros de historia, duro poco pero a pesar de eso aún resuena las historias y prácticas del café No hay libertad sin sacrificio. La cotidianidad de las labores del campo transcurría, libremente. Aquella mañana en la finca. Mi abuela me mando a darle de comer a las gallinas, estaba yo en ello, cuando llegaron los hombres. Uno piensa que esas gentes que vienen cargadas de maletas grandes, con tubos largos, con una especie de ciclope de tres patas para medir la tierra, con cascos y guantes, son todos unos seres de otro planeta. El hombre que comandaba este grupo de personas, que llevaba un sombrero paisa y hablaba paisa, hablo de aquel generoso proyecto de crear unas Pequeñas Centrales Hidroeléctricas en el lecho del rio.
La reunión se dio en el lugar de encuentro, como siempre: la gallera. Asistimos todas las familias de la vereda. Amablemente se presentaron este grupo de expertos, a socializar los contenidos del proyecto. Siete pequeñas céntrales hidroeléctricas, era el objetivo para la construcción. Como se explica por parte de la empresa, la investigación arrojó según los señores unos resultados a favor de ellos mismos. Pues en sus argumentos se hablaba de una escasa presencia de especies, en la cuenca del rio. De un caudal de agua desbocado, de unas arenas sin productividad, de una diversidad de unos cuantos bichitos y de unas cuantas aves endémicas que se ven fácilmente, y que ante este panorama con el proyecto esto iba a cambiar para mejor. En fin los argumentos eran iguales a los de la viejecita que no tiene nada que comer. Y en resumen colocaban a los vecinos de la vereda, como unos pobres asalariados más. De la generación de energía y cuanto se le daría a la comunidad, nunca se habló…de lo que si se hablo fue del desarrollo que traería el proyecto PCH. En fin nos pintaron pajaritos. Al finalizar la socialización cuando nos fuimos a retirar, nos hicieron llenar unas listas y nos querían pagar el almuerzo y el trasporte por haber ido a la reunión. Que indignación. ¡Qué va yo no como cuento ¡entonces en mi indignación les dije:
Qué triste es ver cómo nos mienten señores.
Que en el rio no hay peces.
Que las ranas ya no cruac.
Que las aves ya no vuelan y que se repiten.
Que los perezosos se extinguieron.
Qué los armadillos migraron a otras tierras.
Que la mariposa Monarca ya no tiene un número en las alas.
Que los perros de monte, ya no trepan árboles.
Que los colibrís no beben el agua del rio.
Señores y señoras les recuerdo lo que tenemos.
Que si hay vida y harta.
Que las peñas del cañón del río son las más hermosas.
Que las flores son exóticas que los vientos del nevado Cumanday recorren las vertientes del cañón.
Que el olor a café por las mañanas invade el hollín de las cocinas.
Que los cultivos de plátano, yuca, aguacate están en nuestra cocina.
Que la maravilla de la creación alienta los pasos de los campesinos del mundo.
Por el contrario estos disque doctores, siempre quieren hacernos ver lo malo, lo feo, lo que no sirve, solo para aprovecharse de nosotros. Con la voz temblorosa y las mejillas sonrojadas le dije a estos tiranos, que se largaran, que se fueran con sus mentiras a otras partes, que aquí no los queríamos. Sorprendidos estos personajes que no se creen sus mentiras, se fueron deslizando como serpientes, por el redondel de la gallera entre insultos y chiflidos. Mientras se iban les recordamos que aquí no los queremos, que con mentiras y con engaños, no existe ni existirá siquiera el progreso.
PD: Amables lectores, como pueden darse cuenta, mi indignación espero no raye en la soberbia pero esta gentecita piensa que por ser campesinos no entendemos el funcionamiento de las cosas del mundo (aquello que nos hace bien o que nos hace mal), pero yo Susana les recuerdo que en estas montañas nosotros no comemos cuento.