Por Katherin Rojas Sánchez
Todas las noches salía en busca de su gato acompañada de mil vírgenes, le era necesario el ronroneo del minino al contacto de sus caricias para conciliar el sueño. El pequeño y negro animal se trataba de tejado en tejado para ensanchar el cielo, descendía, bebía en la fuente y escalaba de nuevo hasta llegar a la saetera donde su dueña, cansada de esperar su llegada, le aguardaba. Él se posaba en el centro de su cuerpo, lanzaba un maullido, estiraba las garras y allí permanecía mientras las manos arropaban su pelaje.
Sobre la autora de este disparate:
Efímera Cattleya de palabra suelta. La otra en el espejo. Licenciada cantina, sin música y sin cerveza ella pierde la cabeza.
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