Por Gilberto Tabares
Tal vez sea el cine la forma más eficaz de cuestionarse por la naturaleza humana y por todo aquello a lo que el hombre ha dado forma (su obra) a través de su historia. Luis Ortega (director argentino) comprende las grandes posibilidades que brinda el cine en cuanto al cuestionamiento no solo de lo humano sino de lo “anormal” y “normal”; es por esto que su película “El Ángel” (2018) se centra más allá de una narrativa sobre la vida de Carlos Robledo Puch, en el antagonismo entre libertad y normalidad.
El film propone el contexto del año 1972; durante esta década la sociedad argentina -al igual que otros países latinoamericanos- se ve atravesada por el “terrorismo de Estado” caracterizado por la desaparición forzada, fusilamientos clandestinos, la financiación de grupos “parapoliciales” y el uso del terror como forma de disciplinar a la sociedad; este contexto se insinúa fugazmente en la película a través de canciones cómo: “Llegará la paz” de Pappo´s. Esto es fundamental teniendo en cuenta que uno de los intereses del director es establecer que la “frialdad” de Carlos Puch (Lorenzo Ferro) no se origina en un núcleo familiar violento o en condiciones de extrema pobreza. Por el contrario, la obra insinúa (sin querer justificarlo) constantemente el anhelo de libertad como motor del comportamiento de Puch y le construye alegorías a través de canciones cómo: “El extraño de pelo largo” interpreta do por La Joven Guardia, el himno de Argentina y “Sucio y desprolijo” de Pappo´s.
Una de las ideas más interesantes de Ortega en esta película es considerar el proceder de Puch como un equilibrio necesario de origen divino, esto se evidencia en una de las líneas recitada por Ferro: “Mi mamá no podía concebir hasta que un médico le dijo: “Vaya récele a Dios señora, él provee al mundo lo que el mundo necesita.” Así que acá estoy un enviado del cielo, un espía de Dios.” De esta manera, Puch es, para el contexto, la respuesta divina a un poder dictatorial que se erige y se superpone a la población para imponer su visión rígida del ser, es decir, una sociedad gris o estática amalgamada al utilitarismo y al individualismo que debe repeler la asociación y la diferencia hasta normalizar la entrega de todo deseo de libertad, a su vez, la edificación o instauración de la normalidad que sepulte la condición humana.
Sin embargo, el comportamiento de Puch es aterrador para la sociedad, aún inmersos en una realidad llena de violentos crímenes de Estado, ya que su patología se explica en el anhelo más amplio de libertad y es temible porque no se pone en duda si la conducta del Ángel tiene en realidad un origen divino o es el resultado de la opresión sistemática dictatorial.
Las alusiones a la libertad como justificación del comportamiento son reiterativas. En el preludio de la película Ferro (Puch) se cuestiona introspectivamente: “la gente está loca, nadie considera la posibilidad de ser libre.” Luego la escena del coleccionista de arte (William Prociuk) refiriéndose al nombre de Puch: “Carlos de origen germánico (…) un horror de nombre, pero significa hombre libre.”; finalmente la idea de libertad se cierra sobre sí misma en la escena del asalto al camión, Miguel (Peter Lanzani) le recrimina al conductor: “es una ofensa para nosotros que nos jugamos la vida, ver a la gente sometiéndose así, ser un empleado ¿no lo pensaste nunca? ¡Tenes que hacer valer tu vida.” De esta forma Ortega materializa la conexión entre libertad y conducta delictiva, la libertad es el motivo pues la vida no tiene valor sin libertad.
Puch ansía la libertad de cada acción de cada momento prohibido y se sumerge hasta el hastío en las sensaciones que le producen, por eso no se apresura, su tranquilidad cuando roba: “no te apresures, estamos vivos ¿Por qué no lo disfrutas?” o cuando asesina es apabullante. La actuación de Ferro constata que es el momento en qué más libre se siente, tan libre que constantemente siente la necesidad de bailar. Tan apremiante es la libertad para Puch que tanto la heterosexualidad como el amor se convierten en cadenas, por esta razón decide ir de frente contra otro auto, entendiendo que la única forma de ser libre del amor que siente por Ramón (Chino Darín) es la muerte.
Por último, Ortega resignifica la normalidad al negarle a Puch la posibilidad de ser juzgado como enfermo mental:
-Ferro: “¿Me quieren hacer pasar por loco?”
-Aurora (Cecilia Roth): “Vos creés que una persona normal hubiese hecho lo que vos hiciste?”
-Ferro: “¡Si!
Para Puch, la normalidad es la perdida de toda libertad por eso es mejor resignificarla con el fin de conseguir lo que tanto desea. Para ortega, Puch no quiere ser el reflejo (en el vidrio de la oficina del padre) del hombre sin pierna sentado en el jardín, no quiere ser la oveja, quiere ser el lobo del hombre.
Sobre el autor de este disparate:
Catedrático sin alumnos, narrador de historias de ficción y humorista en formación. Escribe cuando le da sueño y repara computadores y corazones obsoletos a domicilio.