De Vicky Davila, Semana y la Censura: macabro noticiero del silencio en Colombia

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Por Anderson Vargas Lemus


La reciente investigación revelada por el diario El Espectador ha desatado intensa polémica en el país. Aunque, como advirtió en su tiempo, tiempo fugaz, tiempo efímero, don Jorge Eliecer Gaitán, una cosa es el país político y otra cosa el país nacional. Por desgracia, son dos esferas distintas de distintos centros. Porque, como evidencia sin asombro cualquier observador perspicaz, Colombia se divide en dos: la una desinformada y la otra desinformante.

En la calle, los peatones no saben qué pasa. ¡y en las redacciones de periódico tampoco! pues las agencias noticiosas son a su vez agencias tendenciosas. Más preocupadas por la tendencia y la propaganda, en Colombia están, como reveló un periodista despistado y mal grabado (Felipe Arias) “para generar plata y no para informar, ni esas cosas”. Esas cosas: producir conciencia y crítica, pero nada más peligroso y menos rentable. Como lo saben los nuevos administradores y dueños de la revista semana, que andan de cacería de brujas en el seno de su propia empresa, que convirtieron en una pequeña Salem. En la fanática ciudad gringa, los puritanos cazaron a 150 de ellas, sindicadas de conspiración y entrevistarse con demonios; en Semana llevan más de 10, por herejías similares. Algunos, endriagos de gran bagaje en el ocultismo, como Vladdo, quien abandona la secta después de 26 años de recrear con su endiablada pluma a demonios políticos de la peor calaña; María Jimena Duzán, quien cometió la insolencia de desobedecer el mandato que ordena callar a la mujer; Daniel Samper, Daniel Coronell, apostatas que crearon iglesia aparte desde la cual pontifican su perversa ideología sin dueño; o Ariel Ávila, ese incómodo leviatán zambullido en las peores aguas, que sacudiéndose ha mostrado a la superficie algo de lo peor del fondo.

O si saben los periodistas, pero tapan las heces como los gatos, como quedó evidenciado en el curioso audio de la bella periodista Vicky Dávila, donde fue sorprendida diciendo palabrotas más dignas de una barrista que de una periodista, y advirtiendo que había que encubrirle los pecados a cierto narcotraficante con fachada embajador uruguayo.

Al tiempo que la revista Semana se hunde y sus mejores ratones de periódico saltan abandonando el barco, El Espectador destapó una bochornosa noticia que salpica al exfiscal Néstor Humberto Martínez y la DEA, esa policía universal antidrogas que en vez de prohibirlas parece promoverlas, pues el consumo al interior de su país gringo crece, crece, año, año, sin que esta entidad parezca mover un dedo para atajarlo. El año anterior, se especula, los yankees gastaron en alucinógenos en el alucinado país de Trump, loco delirante, la bobadita de 150 mil millones de dólares, buena proporción de ellos en cocaína y buena proporción de ella de Colombia. La DEA sirve para un Duque en temas de narcotráfico; sin embargo, según lo propalado por el diario, sí es eficiente para usurpar países, pues hizo hasta lo imposible para enredar, junto a la enmarañado exfiscal Martínez, el proceso de paz y la JEP, reteniendo información sobre el curioso y famoso guerrillero Jesús Santrich.

La idea fue hacerse los ciegos con Santrich; y los sordos y los mudos, pues ante los requerimientos de información sobre ese enigmático ciego que carga fusiles (a quién diablos se le ocurre darle un fusil a un ciego) y se mueve como Tarzán por la selva (se voló por un monte Dios sabe cómo) escondieron 24000 audios suyos. De lo cual se deducen dos cosas: primero, que se trata de un ciego muy conversador, y segundo, que el actual Gobierno está empecinado en arrasar los acuerdos de paz a la brava.

¡Lo lograron! ¡lo consiguieron! la JEP no consiguió juzgar a tiempo al guerrillero de súperpoderes, y lograron, unido a una indudable avaricia personal e intenciones de no redención, que retornara al monte a destruir lo que otro buen proceso había iniciado. Y los daños saltan a la vista (la de él no): unas disidencias en dramático aumento al Oriente del país y sorpresivamente también al suroccidente, adonde llegaron para unirse al hirviente sancocho de grupos ilegales, para aportar sus muertos. Según alertas tempranas lanzadas por la Defensoría del Pueblo, el grupo emergente autoproclamado como Segunda Marquetalia se ha expandido de vertiginosa manera, uniéndose al combate en Cauca y Nariño, y llegando al Huila para reclamar su antigua influencia y “prestigio guerrillero”. Aunque algunos disgustan en llamarlos así, pues si acaso tuvieron algún sentido político, ahora definitivamente lo extraviaron.

Preocupa que la loable y valiente labor del periodista Édinson Bolaños, quien denunció los hallazgos reseñados, no sea imitada sino por el contrario cínicamente despreciada por sus colegas. Porque ¿en cuál país del mundo ocurre que el reporte de 9 jóvenes incinerados en una estación de policía, con vídeos y todo, no sale en los noticiarios del almuerzo? ¡En Colombia! el día martes 10 de noviembre el concejal de Soacha Diego Cancino denunció aquello, y denunció que las madres recibieron además de los cuerpos rostizados de sus hijos amenazas; amenazas de la misma policía floja a la hora de sacar a las personas en llamas del presidio, para no relatar lo sucedido. Sabe Dios sí también las mismas llegaron a CARACOL TV, o si simplemente al informativo le pareció aquello poca cosa, ya que optó por el silencio, cómplice y seguro, y profundizar en otros asuntos de mayor importancia nacional como la convocatoria de la selección patria.

Medios, medios cooptados y otros censurados. La misteriosa extinción de la televisión abierta de NOTICIAS UNO o la implacable persecución a la periodista Diana Marcela Díaz, quien denunció los tenebrosos manejos lambonísticos y censuradores en la T.V pública, actualmente investigada por la Fiscalía por el indignante crimen de la verdad, son un par de ejemplos de lo que la FLIP (fundación para la libertad de prensa) se la pasa denunciando casi como por deporte: en Colombia “la censura llegó para quedarse”.

 

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