Hablamos con la directora de Parques Nacionales Naturales y con los cinco jefes de parque que han pasado por esta área protegida para conocer las experiencias más memorables que vivieron allí, rodeados de sabanas secas e inundables, bosques secos y de galería, afloramientos rocosos, ríos y raudales.
“Una auténtica experiencia de lo remoto, lo prístino y lo espléndido. Siente uno que está alucinando con la magnificencia de los ríos y el paisaje”. Así es como Julia Miranda, directora de Parques Nacionales Naturales de Colombia, describe el Parque Nacional Natural El Tuparro, una de las primeras áreas protegidas que visitó cuando estaba recién nombrada en el cargo (2004) y que hoy, tras más de 15 años en la institución, cataloga como una de las más bellas que ha visto en Colombia y el mundo.
De ese tesoro del Vichada, que hoy cumple 40 años de haber sido declarado Parque Nacional Natural, Miranda tiene recuerdos imborrables y de todo tipo: felices, moviéndose en una embarcación que parecía flotando por el reflejo de las nubes en el agua; entrañables, compuestos por los amaneceres y los atardeceres desde las antiguas cabañas de visitantes; y fascinantes, en los que cerraba los ojos para escuchar el estruendo causado por el choque entre el agua y las piedras en el raudal Maipures (calificado por el naturalista Alexander Von Humboldt como la octava maravilla del mundo).
“También viví un momento aterrador: un caño me arrastró y estuve a punto de irme rodando por una cascada de piedras. Eso me habría dejado más averiada de lo que quedé. Fue un susto inolvidable, pero también tuve una sensación de felicidad enorme por haber estado en uno de los sitios más lindos que he visto”, explica, convencida de que ni las fotos alcanzan para captar la magia de este sitio de 557.000 hectáreas, en el que están reunidos los cinco tipos de ecosistemas de la Orinoquia: bosques de galería y de tierra firme, sabanas secas e inundables, y afloramientos rocosos de gran magnitud.
Estos ecosistemas no solo son el sustento de las 320 especies de aves, 74 de mamíferos, 17 de reptiles y 229 de peces registradas hasta el momento, sino de las comunidades indígenas que habitan el Parque: Sikuani y Mapayerri. Además, los recursos naturales de esta área protegida también son la fuente de la seguridad alimentaria de otras etnias que están asentadas en sus alrededores.
A la presencia de estas comunidades se suma una cantidad significativa de pictografías y cementerios de culturas ancestrales, lo que hace de este parque un patrimonio para Colombia y el mundo. Estos vestigios culturales son solo algunas de las características que han dejado una huella indeleble en quienes han sido los jefes de esta área protegida.
Aquí nos comparten algunas de las anécdotas que su paso por este lugar les dejó:
El embajador de una época dorada
Un día de julio de 1984, a la 1:30 p.m., Ítalo Rodríguez, jefe del PNN El Tuparro (hasta 1994), escuchó el sonido de varios helicópteros próximos a aterrizar. “Al salir, pudimos observar que tenían las insignias de la Presidencia de la República, lo que nos llevó a pensar que venían personalidades del alto gobierno, incluso el propio presidente. Inmediatamente, corrimos a cambiarnos la ropa de trabajo por ropa limpia”, relata, y añade que al final se dieron cuenta de que entre los visitantes estaban el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y su esposa, Mercedes Barcha, el pintor Alejandro Obregón y el entonces presidente de España, Felipe González.
“Era un lugar al que todo el mundo quería ir. En muchas oportunidades recibimos embajadores, figuras destacadas en el mundo de las artes, la cultura, la política. Era uno de los parques más emblemáticos para el Sistema de Parques Nacionales Naturales”, explica, y añade que este tipo de episodios, sumados a la calidad de la infraestructura para el personal y los visitantes y al buen mantenimiento del Parque, lo motivan a definir esa como la época dorada de El Tuparro.
El Tuparro: un desafío
Entre 1998 y 2000, Carlos Páez llegó a ocupar el puesto de jefe de El Tuparro. “Desde que lo recorrí la primera vez, me marcó la inmensidad de sus sabanas, la gran cantidad de fauna y la abundancia del recurso hidrológico. Tenía bellezas escénicas indescriptibles, por ejemplo, la magnitud del río Orinoco y lo grande de sus afluentes, o la belleza de las tormentas eléctricas, que al mismo tiempo producían mucho temor”, cuenta.
Para el momento de su llegada, el conflicto armado que se vivía en las inmediaciones del parque había tenido consecuencias como la disminución de visitantes y, por ende, el deterioro de la infraestructura. Fue una época en la que él y su equipo eran la única presencia del Estado en la zona. “Mis comienzos allá fueron bastante duros, pero aún así nos enfocamos en metas como mejorar el relacionamiento con las comunidades indígenas: sabíamos que su participación era clave para controlar el tráfico de fauna, la caza y la pesca”.
Además de este trabajo con distintas etnias, uno de los desafíos que más ocupó a Páez en su paso por allí fue el aislamiento que los integrantes del equipo del Parque sentían, pues podían pasar meses sin salir de allí y ver a sus familias. “Aún así siempre hacíamos nuestro trabajo con mucho amor. Es algo que hacemos los funcionarios de Parques Nacionales. Para nosotros este es un estilo de vida. Pasamos la mayoría de nuestras vidas en zonas muy alejadas, pero hacemos todo esto por amor a la conservación”.
Comunidades indígenas, maestras de la supervivencia
Orlando Patiño inició su jefatura en El Tuparro en el 2000 (desempeñó el cargo hasta 2015), y desde el principio tuvo una conexión profunda con las culturas de las distintas comunidades indígenas que habitaban o hacían uso de los recursos del Parque. “Pero tuve tres momentos en especial que me marcaron y que me dieron lecciones muy importantes: un día, un abuelo de los Curripacos me dijo que no necesitaba nuestro permiso para entrar al Parque a visitar a sus muertos. Y eso me dejó pensando en el arraigo que ellos tienen por el territorio desde antes de ser declarado PNN”.
El segundo momento, explica Patiño, sucedió en un espacio de intercambio de conocimiento con las comunidades de Isla Churuata e Isla Peniel, que posteriormente alimentó los procesos de monitoreo comunitario. Y el tercero, ocurrió luego de instaurar una veda: “volvimos a las cabañas y algunas comunidades se nos habían llevado todos nuestros alimentos. Fue un momento muy esclarecedor para entender su cultura. Lo que me estaban diciendo era que si yo les había quitado su alimento, ellos nos quitaban el nuestro. Esos tres episodios fueron muy importantes para volcar todos nuestros esfuerzos a tener legitimidad con ellos”.
Entre los logros de su gestión, Patiño destaca la identificación del territorio de uso ancestral para los Mapayerri y el mapeo histórico y cultural de los pictogramas del Parque; además de la reconstrucción y mejora de algunas de las infraestructuras del Parque.
El encanto del agua
“Una de las razones más importantes por las que quise irme a El Tuparro fue el agua. Allí hay agua por todas partes y a mí me fascina”, dice María Teresa Sierra, quien fue jefe del Parque entre 2015 y 2017. Como bióloga marina, lo que más la marcó en ese periodo, fue la diversidad de especies que encontró, especialmente la de los ecosistemas hídricos.
“Al tener esa cantidad de ríos, aguas blancas y negras, encontramos una gran diversidad de peces: desde mojarras y cabeza de manteco hasta mataguaros y pavones. Todo esto garantiza la seguridad alimentaria de las comunidades, pero también una estabilidad de la cadena alimentaria: por ejemplo, las nutrias y los delfines están allí porque tienen ese alimento. Si nosotros conservamos esto, garantizamos la productividad de este lugar y la cuenca del Orinoco”.
Para María Teresa, El Tuparro reúne todas las condiciones para que la vida silvestre se exprese en cada uno de sus rincones, y una prueba de ello es la gran cantidad de aves locales y migratorias que llegan allí, también atraídas en gran parte por los ríos, caños y lagos. “Pero para que esta biodiversidad exista, los guardaparques tienen que hacer un gran esfuerzo de conservación, por ejemplo, frente a presiones como los incendios que se presentan cada año. Este es un trabajo que hacemos con todo el corazón”.
Nuevos horizontes
Desde que Henry Pinzón inició su jefatura en el PNN El Tuparro (2018), sus esfuerzos y los de su equipo han estado puestos en la conservación de ríos como Tuparro y Tomo, y caños como Tuparrito. También, en el relacionamiento con las comunidades indígenas para el mantenimiento de su recurso pesquero y de caza, y en los distintos procesos de investigación y monitoreo de especies.
Esto último, dice, les ha permitido tener logros como la identificación de las zonas de anidación de tortugas charapas y terecay y las amenazas que enfrentan (como el saqueo de nidos); la evaluación del estado de las coberturas vegetales (teniendo en cuenta los incendios que anualmente deterioran la sabana); y el diagnóstico sobre las condiciones en las que se encuentra el recurso pesquero: “hoy sabemos qué pescan las comunidades, dónde lo pescan, cuáles son las tallas de los individuos…Datos como estos son necesarios para monitorear esta actividad y conservar el recurso a largo plazo”.
Pinzón también destaca el programa de voluntariado que ha promovido desde que llegó al Parque: hasta el momento, han pasado 25 guardaparques voluntarios que han apoyado al equipo base desde distintas áreas del conocimiento. “Ahora, la crisis de salud que estamos viviendo ha interrumpido muchos procesos, pero poco a poco estamos ajustando todo para continuar avanzando en las investigaciones que hacemos con universidades como la Nacional, la Distrital y la Central y en la articulación con las distintas comunidades indígenas para la conservación del territorio y las especies, entre otras labores”.
*Todos los jefes de parque mencionados, destacaron el apoyo que recibieron de todas las personas que conformaron sus equipos en su paso por el PNN El Tuparro.
WWF Colombia