Como dijo Galeano: la impunidad es hija del olvido

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Por: Anderson Vargas Lemus


La impunidad es hija del olvido, repitió loro y angustiado el escritor Eduardo Galeano en su obra Espejos. Hoy, Colombia se mira sin asombro en el espejo de su propio pasado, pero no se reconoce, no se encuentra. El escritor uruguayo supo, razones tenía, que la desmemoria engendra injusticia. Había vivido, había leído, había experimentado, había aprendido. Colombia vive y no lee, experimenta y no aprende, y no aprende, y no aprende, ¿cuándo aprenderá?

La desgracia de uno es la felicidad de otros: de media Colombia. Hace mes y medio, medio, medio, medio país fue carnaval y el otro medio velorio, cuando la corte suprema de justicia ajustició al entonces senador Uribe con medida de aseguramiento. Dudo que en el país haya lugar más seguro y cárcel más confortable que su casita El Ubérrimo; aun así, una explosión de júbilo atiborró las calles. Las calles fueron bares y el martes sábado, la noche fue infinita para unos y para otros una infinita noche. Se dio la ilusión de rectitud, pero pronto los ilusionados pasaron a ser ilusos, sonríe el recluso, cuando la fiscalía se apropió del caso inconcluso. Mientras algunos emborracharon, otros lloraron tragedias. Poco les duraron las lágrimas, que pronto se transformaron en ofensas, agravios, insultos, filípicas que fueron lanzadas a diestra y siniestra; sobre todo a siniestra, por esa nefanda manía de “la gente de bien” de tratar mal a la “gente de mal”.

Las evidencias dicen que Colombia aprenderá no pronto. La inequidad habla: masacre en Ocaña, Santander, el viernes pasado. ¿cuántos murieron?, ¿qué edad tenían?, ¿quién los contó?, y, sobre todo, ¿quién los recuerda? ¿recordamos que ese mismo viernes 18 de septiembre masacraron en Tarazá, Antioquia, también tres personas? ¿o que perecieron también, acribillados, dos policías que quedaron vertidos en el piso el uniforme cubierto de sangre? El presidente Duque sí, y fue enfático en condenar los crímenes: “es un hecho doloroso, donde dos policías, dos héroes de la patria, fueron vilmente asesinados”. Sin embargo, descuidos que le suceden a cualquiera, olvidó mencionar la bobadita, la fruslería de las otras dos masacres: 6 personitas pobres que se le chispotearon.

Descuidos, descuidos, descuidos varios que le ocurren al presidente o a cualquiera. Cualquiera como el ministro de defensa, quien olvidó pedir excusas a las victimas sobre las pilatunas que cometieron los agentes del orden el 9 y 10 del mes presente en Bogotá. 13 muertos: un lapsus que le sucede a cualquiera; y más de 60 heridos: errores de una persona ocupada, entregada a su trabajo como él. No obstante, algo de malestar provocó en protestantes, heridos y familiares de muertos la memoria de jugador de cartas y el decidido ímpetu que el mismo tuvo a la hora de cuantificar daños y contusiones en los oficiales, como comparando moretones con muertos y cristales rotos con abaleados.

Y por supuesto, concluyó, como concluyó Duque, como concluyó el alcalde de Tarazá y el de Ocaña, y el de Samaniego, y el de Cali, y los de Cáceres, Ituango, Tibú, Piamonte, Miranda, y el de Carmen de Bolívar, y el del Tambo, y el de, y el de, y el de, y el de… con un consejo de seguridad que ya nadie cree. Donde siempre determinan que las víctimas, además de víctimas son culpables; además de la autoría de las disidencias de las Farc, tengan o no tengan pruebas, o así las pistas prueben lo contrario. ¡qué despiste!

Despistes, muchos despistes: el alto comisionado para la paz, Miguel Ceballos, también anduvo distraído aquel viernes, y se le pasó nombrar aquellos “8 percances”. Estaba aquel día reconcentrado en resolver una confusión lingüística que lo tenía entre abrumado y preocupado desde hacía unos días: un galimatías como su inexplicable trabajo en este desgobierno. Rondaba por su cabeza el término “homicidios colectivos”, utilizado para suplantar la cacofónica, malsonante y políticamente incorrecta palabra masacre, que designa el asesinato de tres personas o más, en un sitio. Aquel día, defendiendo la gestión de su corifeo, es decir, de su presidente, su jefe, aseguró que la difamada expresión comenzó a usarse desde el desgobierno Santos, y que Duque, simplemente, inocente que es, la retomó. Se esforzó por aclarar el malentendido, mientras se hizo el desentendido, ¡como en toda su mágica estancia en el puesto!

Despistes. Otro caso de amnesia lo experimentó el Ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo, ya antes mencionado. ¿por qué de defensa y no de guerra, si de eso se trata? El ministro, con falencias de memoria y de atención igual que sus superiores, también soslayó los hechos. Ni una musitación, susurro, balbuceo, exclamación o palabra que los condenara. Tampoco alguna hueca promesa de borracho de no repetición; nadie le hubiera creído, pero hasta los beodos tienen la cortesía. Tal vez se cansó de prometer, prometer, prometer, luego de las 60 masacres, masacres, masacres perpetradas durante el año a lo largo y ancho del país. Largo y ancho, pues lo mismo matan al extremo suroccidente en Nariño que en el opuesto noroccidente en Santander; o simplemente al norte, como Bolívar o Antioquia; u oriente, como Arauca. ¿para qué prometer más?

Además de que el ministro, y en general el gobierno, tienen la costumbre de la prudencia. Enemigo del escándalo, el ministerio maneja cifras alternas: contabilizando pírricos 37 “homicidios colectivos” entre 2018 y 2020 llaman a la calma. Pareciendo aducir que 37 es un número relajante, y que las exorbitadas cifras de las organizaciones defensoras de derechos humanos son exageraciones estadísticas, que los muertos les quedaron mal contados.

Pues caprichosa es la estadística, y el destino: una fatídica coincidencia hizo que el mismo día de la matanza el expresidente Uribe tuviera su cita virtual con la justicia. Razón por la cual los noticieros solo se enfocaron en retratar el preponderante hecho, ignorando el resto de resto de aburridos 8 sucesos. Como se sabe, pesan sobre él acusaciones de masacres y sobornos, intimidaciones y calumnias, calumnias y más calumnias y más masacres, pero como también se sabe, la impunidad es aliada de quienes compran la historia (y la fiscalía, y los jueces, y los testigos, que salen más baratos a precio de bala).

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