Por: Anderson Vargas Lemus
En el campeonato mundial de brutalidad policial hay numerosos y fieros candidatos al primer puesto. Múltiples manifestaciones, algunas presenciales y otras por capuchos virtuales, o por virtuales capuchos, que sacuden el país colombiano en este momento, 10 de septiembre, han puesto a hablar, sino a gritar sobre este tema que lejos está de ser aislado, aunque sí muy silenciado. Si no había experimentado tanto alboroto popular anteriormente, no era por ausencia de bolillo sino de Facebook, cuya aparición evidenció la desaparición, o por lo menos la sevicia de los hechos, los cuales abundan en la historia patria y mundial. Hechos tan viejos como la policía misma y tan crueles como cualquier individuo con poder, tenga o no tenga bolillo.
La tradición de abuso de autoridad en Colombia es luenga, no así sus manifestaciones en contra. Lamentablemente, toca rebuscar bastante en la manigua de la historia nuestra para hallar lo que en otros países, como Francia, crece hasta en los jardines: las protestas. Parece que en Francia todos los días fuesen primero de Mayo: que por la salud pública en junio, que por las pensiones en enero, que por la gasolina en 2018. Entonces estrenaron los famosos y luminosos chalecos amarillos, que le dieron la vuelta al mundo… y también a los policías, quienes quedaron más que alucinados con los chalecos de color y los petardos de calor.
Atuendo que se les tornó moda, y probablemente salga en futuras secciones de farándula. Fue implementado en octubre de 2018, pero dada la fascinación de los galos por las prendas radiantes lo acogieron como duradero símbolo. Entre 2019 y 2020 se volvieron a activar las callejeras demandas. Tales protestas dejaron, además de un atuendo estrafalario, más de cien investigaciones judiciales abiertas por presunto abuso policial, no más pasados 4 meses de arengas. Es decir, una coacción por día; aunque sea apropiado descontar navidad, año nuevo y reyes, cuando los agentes del orden y del desorden recordaron en casa que son familia.
Un hecho que marcó la reyerta, fue el rostro sin ojo de del manifestante Jerome Rodrigues, el cual, ironías de la vida, abrió los ojos del mundo a los exabruptos de los oficiales. Su cara oculta sobre la vista derecha por un paño blanco puso a hablar al propio presidente Macron sobre el tema, quien prometió dotar a sus huestes de pomposísimas cámaras para filmar los procedimientos; pero olvidó excusarse y prometer reducción de fuerza. A abril, iban 1900 manifestantes heridos y 1200 policías igual, que también llevaban chaleco.
De no haber sido por la pandemia, que mandó a los franceses como regañados a la casa, la situación de violencia hubiese continuado y sabe Dios si recrudecido. Fue un alivio para la parisina policía, no así en otras latitudes, donde el encierro, misterios de la vida, trajo más encuentros inamistosos con los emisarios del orden que los acostumbrados. Por ejemplo, la ONU en informe de abril, alertó sobre 15 países donde las vulneraciones de derechos parecían propios de corea la comunista. Algunos son viejos conocidos en este tipo de listados aciagos: Filipinas, Nigeria, Sudáfrica, Sri Lanka, Camboya. Francamente lo raro hubiese sido que no estuvieran; mientras otros causan asombro: Perú, Hungría, Marruecos o Irán, que en los noticieros ni suenan ni truenan, pero sí tronaron.
En el caso de Filipinas, según mismo informe, se había llevado a la fecha la bobadita de 120.000 arrestos de violadores del toque de queda. Arrestos que resultan incluso generosos en virtud de las contundentes órdenes orientadas por el propio presidente Duterte en un arranque de patriotismo: ¡disparar a matar! Cosas que acataron sin vacilar sus obsecuentes esbirros, como el mundo pudo evidenciar en el acribillado cadáver de Winston Ragos, a quien sorprendieron lejos de casa. Lo mataron por andariego, explicó, palabras más, la policía.
La decisión del presidente, con crueles resultados, se dio luego de otros mandatos que oscilaron entre lo curioso y lo sádico. Por ejemplo, encerrar en jaulas para perro a los infractores, o dejarlos en mitad de la calle al tórrido sol del mediodía, bajo la amenaza de juete. Pero, debido a que ni la pedagogía canina ni la canicular dieron resultado, el sátrapa decidió adoptar medidas, literalmente, definitivas y tratar a los callejeros de nuevo como perros, como suele tratar a los perros callejeros.
Otros países como Nigeria no se rezagan en la maratón por la infamia. ¡Hace méritos!: allí, la violencia en los tiempos del COVID había dejado 18 asesinados al momento del temprano informe de la ONU. Muertos que son consecuencia de una larga cadena de corrupción, donde se mata y extorsiona, viola y aporrea, haya o no haya COVID. De hecho, existe una propia versión de lo que en Colombia se denominó comunidad del anillo, donde, a diferencia de la novela de Tolkien cuyos guerreros atacan de frente sin descuidar la retaguardia, los policías atacan por atrás con el trasero descubierto y desprotegida la delantera. Lo hacen entre ellos, para negociar puestos; y con la comunidad, con quienes también negocian posiciones.
No faltan los látigos y esposas en las tiendas eróticas; también sobran en las prisiones iraníes, según reportan miembros de amnistía internacional. Pues los policías iraníes, al igual que los amantes del mundo, también recurren a la tortura, aunque no con los fines de cupido sino de tanatos. Los cautivos, se corroboró, son capaces durante el azote de grandes orgasmos en los que delatan a todo el mundo, culpables y no culpables, que son inmediatamente requeridos por la ley. Una cifra incomprobable han muerto recluidos, víctimas de los ataques. Y si en la cárcel azotan en la calle también. Según el mismo órgano, las fuerzas del orden repelieron las manifestaciones en noviembre del año pasado con diPLOMOcía, que dejó cientos de muertos, 23 de ellos menores de edad. En pandemia, ni los casos cesaron ni los torturadores cansaron.
Sin embargo, el caso que concitó más la atención antes del colombiano, fue el del afroamericano George Floyd, que murió como tantos negros estadounidenses bajo la rodilla de un agente gringo. Por gringo, entiéndase blanco, hecho que rememoró otras famosas exacciones como las perpetradas contra el taxista Rodney King en 1992, contra Michael Brown o Tamir Rice en 2014, o las cometidas contra Breonna Taylor en 2020. El caso Floyd NO está asociado a la nerviosa contingencia propiciada por el CoVid, como en otros lugares, porque sencillamente un afro aporreado en la nación yanqui no tiene fecha, pues los policías jamás se andan con sutilezas con los de cara no pálida, haya o no haya virus. Digamos respetuosamente los de piel oscura, porque en espectro de colores encajan también los latinos, sudamericanos como medioamericanos, que sufren también la discriminación, como puede constatarse en cualquier resumen penitenciario. ¿Quiénes colman las cárceles estadounidenses? Los no estadounidenses: negros e hispanos tienen más del triple de posibilidades de ir a prisión que los blancos en Estados Unidos. Y un estudio de hace algunos años afirmaba que los negros van más a la cárcel que a la universidad. Con tal panorama, no extraña la actitud de los policías frente a ellos: ¡haya o no haya virus!
Finalmente, nuestro país parece haber ganado el primer puesto en vesania policial, por lo menos en época de pandemia. Si bien faltan datos para corroborar una afirmación tan severa como esta, no se ha presenciado en ningún otro país tan tremenda visibilización que cobró más de 8 muertos. Entrar en detalles es entrar en redundancias o datismos o pleonasmos. Baste con decir que tal vez sea la desesperada respuesta a los 162 casos de abuso que la ONG temblores ha reportado este año en el país, los cuales dejaron once Javier Ordoñez anónimos a lo largo del ídem.