Por Carlos A. Vásquez.
Es de conocimiento popular que en Colombia todos, o la inmensa mayoría, tenemos orígenes políticos conservadores o liberales a causa del bipartidismo que nos gobernó por casi 2 siglos. De ahí que el arraigo familiar tenga gran presencia y participación en nuestras decisiones electorales y en la convicción misma sobre la sociedad.
Tengo amigos de origen liberal que vivieron grandes tragedias familiares por la persecución de los militantes conservadores en donde en épocas pasadas mataban por el sólo hecho de que sus a víctimas tuvieran otro origen de filiación política. Me han contado como, en el profundo oscurantismo fanático, las personas perdían su derecho a la vida solo por pensar diferente. Y así mismo, en los territorios liberales, a las personas de origen conservador, les restringían todo tipo de derechos y de dignidad como seres humanos, y se convertían simplemente en portadores de un trapo de color rojo, que al ser diferente al del otro, merecían la muerte por defender otra ideología y concepto de patria.
Recuerdo la historia que me han contado varias personas, la de un sacerdote que en plena plaza de Bolívar, se atrevía a decir a todo timbal que, «matar a un liberal da 5000 años de indulgencia», por supuesto, la presión ejercida lograba que las ideologías fueran sepultadas y las gentes tuvieran que aceptar el trapo contrario sólo para conservar la dignidad y la vida.
Muchos relatos de historias de familias campesinas que su único pecado fue nacer en tierras en donde se disputaba la guerra entre asesinos guerrilleros y asesinos paramilitares. Estas familias pagaron con sus vidas el costo de una guerra a la que no pertenecían. Cuando un grupo se apoderaba de sus tierras por algunos días, mientras seguían su camino, a los días, llegaban los del otro bando a acribillarlos dizque por auxiliadores de quienes se habían metido a sus tierras armados y arrasando con lo que encontraban.
Pero esto poco o nada ha cambiado: la tradición política se sigue viviendo con profunda polarización: los almuerzos familiares de los últimos días han estado llenos de controversia, y en algunos casos, de insultos y golpizas por pensar y decir diferente, igualmente en grupos de WhatsApp y en redes sociales en dónde entre familiares y amigos, se atacan con innecesaria dureza sólo por anteponer su criterio. Como la señora que le respondió a su sobrina sobre un comentario de Facebook: «a usted la educamos bien para que piense de esa manera, qué vergüenza, recuerde que usted tiene rabo de paja». A esto y más, nos quieren llevar quienes se benefician de nuestro fanatismo: nos vuelven robots automatizados que lo único que logramos coordinar es la mejor manera de ofender y descalificar al contrario.
#DespideUnMamerto es básicamente la continuación de la estrategia emprendida por los nazis para debilitar y descalificar a los judíos de la época antes de iniciar la guerra y convertirlos en jabón, con la anuencia de una inmensa cantidad de ciudadanos «de bien» de la época que creía ciegamente lo que su líderes políticos les hacían creer bajo todo tipo de engaños. Hoy, el problema de acentúa cuando la respuesta es #NoCompreAEmpresariosDeDerecha, generando una lucha comercial y de clases que no contribuye en nada a la difícil situación económica actual del país.
Mientras la política sea una ideología transmitida de generación en generación, como una verdad revelada por los dioses del Olimpo, y no, un acto de evaluación y de responsabilidad con la sociedad, invocando a la sinderesis y a la ecuanimidad de los acontecimientos, y la identificación de las problemáticas de cada región y los retos que esto conlleva, seremos los idiotas útiles de quienes conocen la historia, las debilidades humanas, y no las harán repetir hasta que a la mala aprendamos la lección de: no es quién grita más, sino de quien escucha y soluciona más.