Por: Carlos A. Vásquez
Corría el año de 1960, finalizaba el mes de junio y se avecinaba la celebración del San Pedro en El Espinal. Era una celebración más para nuestros coterráneos, pero muy distinto era para uno en especial: El señor Rafael Vanegas Dávila, quien por esos días, y por disposición del Gobierno Nacional, se encontraba en New York adelantando trabajos para las Naciones Unidas. No había completado ni un año de estar viviendo en la gran manzana y ya sentía la necesidad de emprender la tarea de celebrar un San Pedro en N.Y. Sin saberlo, hacía de ésta, la primera celebración de nuestro autóctono y rústico festejo en la capital del mundo.
Todo se adelantaba de la manera acordada entre un pequeño grupo de amigos que, sin espavientos, querían recordar alegrías vividas por estas tierras, aunque se encontraran a más de 4.000 Km de distancia; quisieron lograr algo íntimo y moderado, pero no les fue posible, pues día a día, más y más gente se vinculaba al festejo que dejó de ser una reunión de apartamento y se convirtió en gran carnaval.
En las reuniones previas, las ideas iban y venían hasta llegar a la siguiente gran conclusión: ¡sin lechona no hay San Pedro! Y era verdad, qué más representativo e icónico de nuestra cultura que un bien preparado plato de lechona. Pero ¿y quién prepara lechonas en N.Y.? esa era la pregunta del millón -una pregunta casi sin respuesta hace 60 años-.
En esas, alguien dio la respuesta: -¡hay una señora que es de Girardot y vive por acá! Efectivamente, la desconocida, pero buena paisana, con bondad y entusiasmo, -después de ser localizada-, accedió a prepararla; ¡se les apareció la Virgen! O más bien, encontraron a María -ese era su nombre-; sin ella, este cuento no hubiese sido posible. Mientras tanto, y sin saber cómo; en los círculos de las Naciones Unidas y el consulado de Colombia, la celebración se iba haciendo cada vez más famosa y esperada, ¡tanto! que el embajador de Colombia ante la ONU: Germán Zea Hernández, envió funcionarios a la oficina del señor Vanegas Dávila para averiguar bien cómo era el chisme del San Pedro a celebrarse en N.Y. con la misma agilidad lo hicieron los funcionarios del consulado general en cabeza del señor Caro Tanco.
María propuso ir a unas bodegas donde se conseguían cerdos de todo tamaño y peso. Fue un largo camino, pero con las ganas que tenían de Sanpedriar, cualquier esfuerzo valía la pena, ahí estaban; miles de cerdos colgaban tiesos en el aire, producto del congelamiento al que eran sometidos para su conservación y maduración. Miraron, especularon, preguntaron, descolgaron, colgaron y descolgaron de nuevo; ya elegido, el infortunado animal, fue metido entre el baúl de un sedán y llevado a casa de María; ahí lo dejaron al sol por un día entero, pero no fue posible descongelarlo de esa manera, por eso María muy preocupada llamó al señor Vanegas, quien muy ágilmente le resolvió el impase aconsejándole bañar al cerdo con agua caliente. –el tipo de soluciones simples y efectivas de un espinaluno antojado de lechona y Tapa Roja-.
La pequeña reunión de amigos se volvió un tema de todos, se formó una patota de colombianos que querían celebrar. Como era posible que no alcanzara la lechona, a causa de la bandada de patos Sanpedrinos, decidieron ir a un pequeño pueblo a las afueras de N.Y. en busca del mercado latino para comprar yucas, papas y todo tipo de acompañamientos para rendir la comida en caso fuera necesario, ¡lo fue!
Al día siguiente, ya embutida y sazonada, la marrana fue metida de nuevo entre el baúl de un carro y la llevaron al Bronx -uno de los 5 distritos (localidades) de Nueva York-, donde un amable y preguntón cubano prestó su horno de panadería para poder azar el gigantesco cerdo.
– ¿Y se van a comer esa cosa así entera? -preguntaba el cubano- haciendo que los pelachivas, todos en coro, estallaran en risa. -no entendía nuestra receta para preparar la alegría- el caribeño creía que el animal venía lleno con todo y tripas.
Después de varias horas de horno, la marrana fue asada, convertida en lechona, y llevada de vuelta a Manhattan. Ya todo acordado: amigos, compañeros y paisanos se reunieron en el punto de encuentro; de ahí salió una inmensa caravana encabezada por la lechona, -como si se tratara del último adiós del animal-, atravesaron media ciudad, los distritos de (Manhattan y Brooklyn), para 1 hora y 30 minutos más tarde, arribar a una bella y concurrida playa (Coney Island).
Entre los locales había un par de agentes de la policía gringa que, al ver la multitud, se acercaron haciendo exactamente las mismas preguntas que un día atrás hizo el Cubano; esta vez, todos estallaron de risa, pero en español. Así inició, hace 60 años, el primer San Pedro que se hiciera en Nueva York.
Escribo este relato con un inmenso sentido de aprecio hacia un gran espinaluno que llevó nuestra bandera por el mundo entero gracias a sus importantes logros en su vida política y diplomática, y que desde el exterior, hizo lo que muchos, desde acá, no han querido hacer.
Señor, Don Rafael Vanegas Dávila
Me emociona mucho leer este articulo, conoci a Rafael Vanegas Davila, y su liderazgo permitio muchos cambios positivos en la comunidad Espinaluna. Gracias por contar esta historia.