Por: John Jairo Quevedo Amaya
Lo desempolvan cada año, con trillados discursos cacareados por pseudointelectuales de la izquierda más atrabiliaria y retrógrada, con especiales periodísticos insulsos en los canales privados de la televisión colombiana, donde usan su estela con tal de sostener la atención del público y arrastrarlos hasta el comercial de jabón en polvo, o de convencerlos de lo maravilloso que es un té con gas, lo han mancillado poniéndolo por debajo de oscuros personajes de la historia de Colombia en concursos baratos y arreglados de canales que confunden la historia con publirreportajes de casas de empeño y anticuarios.
También lo convirtieron en arenga y estandarte de muchachitos que arrastrados por la efervescencia de su nueva vida en la universidad pública, le creerían al primer filipichín disfrazado de Che Guevara que le diga que las Ideas de Jaime Garzón son la base ideológica para un nuevo grupo de encapuchados ecuménicos que han de salvar al mundo, con sus frescas ideas sexagenarias, como sus vetustos comunicados que nadie lee, o con sus jueguitos de piedritas y como máxime lo convirtieron en una foto de perfil para Facebook, para parecer interesantes frente a los demás.
En donde él quisiera haber estado presente, hoy no se encuentra, ni en las acciones de los jóvenes, ni en el ejercicio de la ciudadanía de sus compatriotas por los que sacrificó su vida, ni en los reclamos por la justicia social, y el país de las desigualdades, de la parsimonia, del nepotismo, ese país donde la corrupción galopa a campo traviesa hasta los más recónditos aspectos de la sociedad, ese país sigue existiendo casi exactamente igual que desde ese fatídico 13 de Agosto de 1.999 donde a través de las balas se materializó todo el odio, toda la saña, toda la maldad de quienes veían en él ese reflector que había cometido el terrible delito de develar toda la hipocresía y abyección de prácticas como el narcotráfico, la politiquería, el paramilitarismo, las guerrillas, las mafias y sus relaciones con los gobiernos de turno.
Sentía terror de pensar que lo asesinarían, pero no dejó de seguir trabajando por ese país que amaba y que no lo protegió.
En esa pequeña franja de colombianos que lo recuerdan existen disímiles niveles de comprensión de su labor y de su obra; para algunos apenas un bufón, para otros el de los chistes por televisión, el que remedaba al presidente, para muy pocos Jaime Garzón el progresista, el intelectual, el idealista, el luchador social, el gestor de paz, el filósofo, el analista político, el periodista, el dedo en la llaga, el faro que alertaba a la sociedad del daño que causaba la cultura mafiosa que por la época empezaba a tomarse al país, que posteriormente se lo tomó y que aún no deja el poder en Colombia.
Fue un hombre de izquierda, pero no de izquierda radical, fue un demócrata, un humanista y comprendió que la labor política no solo se hace desde los cargos de elección popular, que el periodismo y el humor eran una herramienta inestimable a la hora de concienciar a la gente y aprovechaba al máximo la oportunidad de aparecer en la pantalla de los televisores de millones de colombianos, para a través de un lenguaje coloquial provocar una carcajada dolorosa, porque era reírse de nuestra mediocridad como sociedad y de nuestra falta de compromiso social y democrático, él lo hacía con la esperanza de provocar una reacción en el televidente que lo hiciese sentirse responsable y protagonista de la ignominia nacional, pero ni siquiera hoy luego de más de 20 años de su muerte ha logrado más que homenajes anuales, estatuas de frío bronce y olvido permanente.