Por: Martha Devia Grisales
Es una mañana estremecedora, la explosión desbordante de información es inaudita. Nadie sabe qué hacer, el pánico ha invadido la vida de las personas, diversas versiones pululan por doquier, unos atribuyen el panorama al fin del mundo y se asocia con descripciones apocalípticas merecidas por el comportamiento aberrante de los hombres, se asocia al castigo divino por los desconsiderados actos pecaminosos.
En este mismo sentido, la enfermedad se asocia al surgimiento de plagas para castigarnos. Otros, desde una óptica paranoica, suponen de una conspiración entre países con gran desarrollo científico, y se describe entonces, que estamos en medio de una guerra biológica, también, se piensa desde otro campo del conocimiento que hemos alterado y abusado tanto de los entornos naturales y de las demás especies, que hemos propiciado la aparición de nuevos virus sobre los cuales no tenemos conocimiento ni protección alguna.
Sin saber aún, quienes tengan la razón, y muy a pesar de estas circunstancias que pueden apocarnos en días, insistimos en nuestra necedad de no vivir con intensidad y disfrutar de este mundo, la sociedad es sumida en otras preocupaciones que dadas las circunstancias, son banales a mi juicio. A los maestros nos preocupan las plataformas digitales, el ejercicio pedagógico trasladado a espacios quizá impensados para algunos, entre otra serie de cosas, mientras que a los pequeños; los niños, las niñas, los adolescentes y a los jóvenes, les legamos la responsabilidad de seguir “educándose”.
No hay tiempo que perder, y mantenerlos ocupados es la mejor manera de garantizar que siguen “formándose”, seguimos a pesar del riesgo inminente de morir, replicando en la cotidianidad, el trabajo sistemático de la gran maquinaria que no puede darse el lujo de dejar de producir.
Mientras tanto, otros seres humanos tienen la mayor y más digna de las preocupaciones; luchar para sobrevivir del virus, de la pobreza y de la injusticia.